Recuerdo que antes de visitar por primera vez el desierto, cuando soñaba con él, a la mente me venían imágenes de paisajes interminables, de dunas amarillas en contraste con un inmenso cielo azul, las imágenes del desierto del Sahara, por supuesto.
Mi primera vez fue en Túnez y no me decepcionó, sentada sobre una duna, dejando que la fina arena amarilla se colara entre mis dedos, me sentí hechizada por ese entorno de silencio, de esa sensación de soledad rodeada de vida escondida, y sobre todo del color amarillo intenso, tan dorado bajo los rayos de sol. Allí donde solo se escucha la brisa soplando, desplazando la arena juguetona de un lado a otro, moviendo las dunas a su capricho, en una interminable transformación del paisaje.

Poco a poco, a medida que fui conociendo otros desiertos descubrí que no todos los desiertos son amarillos ni siquiera en el Sahara. Los hay de tonos rojizos, anaranjados, deslumbrantemente blancos, incluso negros, pero todos con un encanto común el de los paisajes solitarios y minimalistas.
Existe un desierto de arenas tan blancas que dañan la vista. Está en Estados Unidos, en el Corazón de Nuevo México, se llama White Sands ¡Cómo no! (Arenas blancas) en Nuevo México (EEUU). A diferencia de la mayoría de los desiertos, en éste la arena está compuesta de yeso y sulfato de calcio, que da ese un tono tan blanco y radiante. Su origen se remonta a unos cien millones de años cuando estaba cubierto por un mar poco profundo, y un día las aguas retrocedieron gradualmente y poblaron la zona de lagunas de agua salada que terminaron por evaporarse creando depósitos de sal y yeso. Luego el trabajo del viento durante milenios terminó conformando las resplandecientes ondulaciones blancas de White Sands, salpicadas por tímidas plantas que se han adaptado al entorno pero son continuamente sepultadas por su cambiante superficie.
Luego está el desierto más antiguo del mundo, rojo y con las dunas más altas. Las dunas parecen salir del mismo océano Atlántico y adentrase en el continente hasta perderse en las llanuras del Kalahari. Es el desierto de Namib, en Namibia.
En 1850 el explorador sueco Andersson exclamó ante la desolación del paisaje que “Difícilmente otro lugar del mundo simbolizaría mejor el infierno. Preferiría la muerte a ser deportado a este sitio”. Sería por culpa de ese color rojizo, el que viene dado por la oxidación del hierro que forman sus arenas.
Y sin embargo a mí este desierto de dunas rojas me enamoró, y gran culpa la tiene ese increíble color oxidado que lucen las dunas más altas del mundo, que llegan a alcanzar los 380m. Pero mi favorita, sin ser la más alta, con sus 300m es la duna 45. Escalamos su cresta a primera hora del día, cuando el sol aún no ha convertido en un infierno abrasador su arena, porque hay que subirlo al estilo namibio, o afrikaans, es decir con los pies descalzos, sintiendo toda la energía a cada paso… Vacaciones y aventura al mismo tiempo! Me senté en lo más alto observando la alfombra de dunas rojizas desplegadas sin fin a mis pies, e intente imaginar el océano al final de aquella ondulaciones rojas rojas, preguntándome cómo un lugar tan desolado puede alcanzar tanta belleza.

Y aún os hablaré de desiertos negros. Pocos desiertos pueden presumir de arenas negras, uno de ellos se encuentra en el archipiélago Canario, en la Isla de Lanzarote. Cuentan los lugareños que en 1730 los infiernos se abrieron para provocar la gran hecatombe. Treinta y dos volcanes, junto con el Timanfaya, el volcán más grande de la isla, escupieron cenizas y lava durante varios días sumergiendo para siempre a muchos pueblitos bajo ese oscuro manto, configurando un paisaje dramáticamente negro…. Lo visité en autobús, en una excursión que lleva por el camino de lava seca, sorteando pequeños cráteres. Bajo algunos todavía vive un fuego eterno que puede formar géiseres si se le provoca echándole agua, y en otros se puede cocinar hasta una deliciosa parrillada de carne.

Este sí es el paisaje más desolado de entre los desiertos que he visitado, es como recorrer un espacio lunar, un tapiz negro que llega hasta el mar, una tierra volcánica en la que me sentí envuelta por la energía de las profundidades de la tierra.
Amarillo, blanco, rojo, negro… todos los desiertos son únicos y singulares. Pero hay un desierto que juega tanto con los colores de sus dunas arenosas que podría decirse que cada hora del día te muestra un color distinto, como una niña soñadora que cambia de disfraz varias veces al dia. Este esta en Marruecos, lo llaman la joya del desierto, Erg Chebbi. Pero de ese hablaremos otro día.
¿Quieres viajar a desiertos cercanos?… Viajamos a Marruecos.

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