Para cualquier viajero occidental solo perderse en las calles de Bangkok supone un choque cultural muy grande si es su primera visita a Asia. Y yo siempre recomiendo empezar conociendo Asia por Tailandia.
Si bien la globalización ha hecho que los Thai (que suponen el 75% de los tailandeses) hayan ido perdido sus antigua tradiciones, existen unas minorías étnicas que se reparten en las zonas más aisladas y menos frecuentadas del país, donde la moderna globalización aún no ha arrasado con todo, y donde aun se encuentra la Tailandia más auténtica. Desde las tribus de montaña del norte, a las islas perdidas del Mar de Andamán, desde los Akha de origen chino y tibetano, a los ‘moken’ o gitanos del mar.
Si lo que el viajero busca es la autenticidad y conocer las antiguas tradiciones y formas de vida de los tailandeses hay que viajar al Norte, más allá de ciudades como Chiang Mai o Chiang Rai, y perderse entre las montañas, los valles, los ríos y cascadas para encontrarse con sus gentes de vida sencilla, los pueblos de montañas.

Allí, en lo que llaman el triángulo de oro, se juntan Myanmar, Laos y Tailandia. Una zona en la que se deja sentir la influencia de los relajados países vecinos Myanmar y Laos. Una encrucijada de culturas, fronteras y lo que un día fuera un fructífero tráfico de opio, el verdadero oro de la región.
Un galimatías de tribus siguen habitando estos territorios en plena naturaleza, entre bosques y selvas, en una calma y espiritualidad difíciles de encontrar en otras zonas del país. Muchas llegaron procedentes desde los países vecinos, Laos y Myanmar, e incluso más lejos del Tibet, de la región china del Yunnan o de Vietnam, y por ello cada tribu posee su propio idioma y costumbres, distintas formas de vestir, distinta organización social, y por supuesto distintas creencias.

Haremos un repaso por los más numerosos, una pequeña guía para reconocerlos y diferenciarlos cuando nos lancemos a la exploración de las montañas del norte:
Karen, o Yang, son los más numerosos e importantes de la región norte. Originarios de Myanmar, aunque a su vez llegaron allí desde el Tibet y el desierto del Gobi, han recorrido un camino largo. Los Karen son los que más han abrazado el cristianismo. Viven de la agricultura y el ganado, son monógamos y es la tribu más prospera. Sus atuendos se caracterizan por una túnica de cuello de pico de diversos colores.

No hay que confundirlo con los Karen rojo, a los que pertenecen las mujeres «jirafas» que habitan actualmente al noroeste de Tailandia, en la zona fronteriza de Myanmar, estas mujeres sufren una triste situación de explotación por parte del gobierno tailandés, ya que la mayoría son refugiadas birmanas forzadas por el gobierno a exhibirse ante los turistas para mantener esta lucrativa atracción, es lo más parecido a ir a un zoo humano, lamentable espectáculo turístico.
Tribu Akha, originarios del Tibet, son actualmente algunas de las tribus más pobres del país. Su economía se basa en la agricultura de arroz y maíz. Veneran a sus antepasados, y no disponen de un sistema social por clases sino que todos son considerados como iguales y sus normas de conducta con respecto a otros miembros se basa en el respeto a la edad y a la experiencia. Visten ropa negra con muchos adornos coloridos, con cuentas, plumas y grandes tocados de plata.

Los Hmong, llegaron también desde las llanuras del río Amarillo el Sur de China, y poco a poco se fueron desplazando y asentándose en Laos, Myanmar, Vietnam y Tailandia. Son los más adaptados a la vida actual tailandesa, aunque son polígamos. Los que siguen viviendo en el campo usan pantalones y chaquetas negras.

Los Mien, o Yao, llegaron de China y Vietnam, sobre todo en el último siglo huyendo de la guerra de Vietnam. Son grandes artesanos y orfebres. Las mujeres destacan por llevar pantalones y chaqueta negra con parches coloridos, así como turbantes, pero destaca sobre todo los collares rojos de pelo de animal. Mantienen la influencia china en sus tradiciones y su idioma, y como los Hmong son polígamos.
Los Lahu, de origen tibetano como los Lakha, también sobreviven gracias al cultivo del arroz y el maíz. Es una de las tribus más independientes y las que más han mantenido su estilo de vida original. Las mujeres visten chaquetas negras y rojas, con faldas estrechas… su gastronomía es muy reconocida por su picante.

Hay algo de mágico en su tradicional e inamovible forma de vida, pero también doloroso cuando uno llega y se entera de que son ciudadanos de segunda, o incluso de tercera. De hecho no tienen la ciudadanía tailandesa, lo que les arrebata cualquier derecho que pudieran tener y cualquier igualdad con el resto de ciudadanos del país. Estas minorías no pueden poseer tierras, ni ganar un salario mínimo, ni acceder a la sanidad… ni siquiera educar a sus hijos como el resto de tailandeses. Y se ven casi obligados a prolongar esa forma de vida y una subsistencia básica.
El turismo rural, el senderismo, la convivencia en casas locales, se está convertido en una importante fuente de ingresos para estas minorías, pero como en todas partes hay organizaciones que intentan aprovecharse de ellos guardándose la mayor parte de los ingresos para sí, y evitando que lleguen a las propias tribus.
Nuestra recomendación es viajar hasta estas zonas remotas, conocerlos en persona, convivir con ellos, y empaparnos de su realidad, descubrir su pasado, y colaborar en su futuro. A menudo la experiencia es incluso más enriquecedora para el visitante, que para los visitados, y nos dará una perspectiva diferente de la Tailandia de hoy… y ya habrá tiempo para acabar en la playa, no solo en las más famosas, aún puede quedar tiempo para conocer los Moken, los nómadas del mar 😉

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