Una caravana de no menos de 100 carros avanzaba por el viejo sendero español que unía Nuevo México con California, allá por los tiempos en que la fiebre del oro empujaba a familias enteras a buscar una oportunidad atravesando 2000 km de altas cadenas montañosas, profundos cañones, endemoniados ríos e inesperados desiertos.
Cargados los carros y las mulas con pocas pertenencias y muchos sueños e ilusiones se encontraron perdidos en medio de un valle que parecía no tener escapatoria, que parecía querer cobrarse sus vidas. Decididos a encontrar un atajo desde el Valle que hoy ocupa la ciudad de Las Vegas hacia las costas de California, se adentraron en el corazón de un desierto tan desconocido como cruel. Durante varias semanas buscaron sin éxito una salida. Agotadas sus provisiones se vieron obligados a comerse las mulas, y acabaron por abandonar los carros y buscar una salida a pie. En lo alto de las montañas, encontrada la escapatoria y su salvación, una mujer volvía la vista atrás, pesarosa, pero aliviada dirigió unas palabras al valle… “¡Adiós Valle de la muerte!”. Y así fue como quedó bautizado el lugar más bajo, seco y caluroso de toda Norte América.
Así como aquellos exploradores buscaban un atajo de las Vegas a California y dieron con el Valle de la Muerte, en mi recorrido por el Oeste de Estados Unidos busqué en los mapas un camino distinto, y tope con este misterioso lugar, no solo un valle, mucho más, un parque que esconde misterios, hitos y leyendas. Dunas que parecen sacadas del desierto del Sahara, volcanes más propios de las islas de Java… y el racetrack.
El paisaje volcánico es precisamente la puerta de entrada a la pista de tierra que lleva al Racetrack. Uno de los valles más remotos dentro del propio valle de la muerte. La pista que lleva hasta este lugar es de unos 45 km de tierra, rugosa y ondulada, de esas que le hacen sentir a uno en la centrifugadora, incómoda a más no poder, pero el paisaje con sus suaves colinas a ambos lados cubiertas de un bosque de curiosos cactus merece la pena, y el destino final aún más.
Por fin llegamos al lugar más misterioso de cuantos esconde Death Valley, nuestro objetivo y excusa para llegar hasta aquí es una playa de piedras deslizantes, de ahí el nombre. Una extensa planicie de arena blanca, tan reseca que se ve cuarteada, como si la tierra siguiera absorbiendo una humedad que no tiene. Y en el centro un curioso islote de piedras en medio de ese mar desierto.
Hace por lo menos 10.000 años, esta región experimentó drásticos cambios: calor, frío, calor… Como resultado el lago del valle se evaporó y dejó tras de sí un lago de barro de color beige. Andar por ese suelo de barro reseco y cuarteado tiene algo de mágico, de extraterrestre. Tras varios cientos de metros de caminata dimos con las primeras rocas, pequeñas como un puño o más grandes que nuestras cabezas, se las ve al final de una larga huella. ¿Cientos de metros de huella? Y no solo en línea recta, algunas huellas forman ondulaciones sobre el suelo, otras un zigzag, y otras formas aleatorias.
¿Cómo se explica este hecho? Hay varias teorías al respecto, la más aceptada es la de las fuerzas de la naturaleza. Estas rocas rendidas por la erosión de siglos y siglos se desprenden de las laderas de la montaña y ruedan hasta el lago, que aparentemente es llano pero tienen una mínima e imperceptible pendiente. Luego la lluvia y el viento intervienen en el misterio. Basta una suave lluvia para hacer que el terreno del lago se convierta en un pequeño lodazal, una fina película de barro permite que las rocas se deslicen cuando los fuertes vientos del valle soplan con toda su rabia. Y así año tras años, siglo tras siglo, miles de siglos… tenemos la carrera de las rocas deslizantes más curiosas del planeta.
Super interesante el articulo!!!