Cuando uno es viajero, de esos que olvida cuando salió y cuando tiene que regresar, de esos que ya no saben si se despiertan en lunes o sábado, que cuenta los lugares pero no los días, que no tiene prisa por ver 3 ciudades en un día, cuando uno viaja durante tanto tiempo llega un momento, ese momento en que las cosas extraordinarias se vuelven cotidianas, y entonces se corre el riesgo de que esas cosas extraordinarias, tan alejadas de nuestra realidad, pasen desapercibidas. Eso fue lo que sentí después de 3 meses paseando Asia con la mochila al aire, a mi aire, valga la redundancia.
Después de 4 días viviendo, que no visitando, en la ciudad de Ubud. En el hostel de esa relajada callecita que se había convertido en mi hogar, en el cruce entre dos calles principales, cerca del mercado donde desde por la mañana hasta media tarde se suceden los autobuses de turistas en grupo organizado, japoneses, australianos, ingleses, que vienen a pasar el día y se van, perdiéndose lo que para mi es lo mejor de Ubud, sus atardeceres. No por porque el cielo se tiña de espectaculares colores, o porque proyecte luces especiales sobre los arrozales de sus calles mas rurales, sino porque la vida en Ubud vuelve a ser la de un pueblo, coqueto, espiritual, con el encanto de los pueblos que rezuman arte y música por los cuatro costados.
Y después de 4 atardeceres descubrí que mi calle tenía ese encanto especial… la paseé a ritmo pausado, observando de nuevo los escaparates, aquí un tienda de bolsos de diseño exclusivo de batik con la sonriente mujer sentada a la puerta; a las escaleras de una de esas entradas de cuento de ‘Ramayana’ un anciano envuelto en su sarong, simplemente observa la vida pasar, me observa a mi y yo a el… «hallo!» esboza una amplia sonrisa al oírme y muestra su dentadura escasa y mientras me devuelve un «hallo!».
Un perro me sigue los pasos, el mismo perro que cada noche se empeña en asustarme cada vez que me adentro en la calle ¿no ma ha olido ya suficiente? Una mujer barre con la escoba de ramas las puerta de su casa, de sus escaleras, esas que dan paso a un nuevo pórtico sobrecargado. Me cruzo con caminantes, nos miramos a la cara, no nos conocemos pero nos sonreímos. Por la calle baja en bicicleta el americano de rizos rubios y mejillas sonrosadas que como cada tarde se dirige al warung donde le gusta cenar y encontrar conversación segura con otros viajeros… ”¿nos vemos luego?” me pregunta….“nos vemos” le contesto saludándole con la mano.
Paso por delante de mi hostel donde vivo, donde he hecho mi hogar en Ubud. Y el niño de dos añitos que siempre anda golpeando todo con un palo, intentando sacar música de los mas insospechados lugares, me reconoce y se asoma queriendo bajar las escaleras mientras me lanza los brazos, desde que me conoció me lanza los brazos, yo le cojo y le alzo al aire, le hago unas cosquillas, le devuelvo al suelo y continuo. Más saludos , más sonrisas, y alcanzo el café donde me gusta sentarme cada tarde, para conectarme a internet, para escribir… Y no tienen ni que enseñarme la carta, cuando la niña me ve entrar despliega su sonrisa y pregunta… ¿¿Ginger coffee?? ¡Eso es! cafe solo, estilo balines, sin filtro, con una raíz de jengibre y cierto regustillo picante. Me siento con la sonrisa que se me ha ido poniendo a medida que subía mi calle, se llama gootama, a veces al pronunciarla digo gotam, como la ciudad de Batman, una ciudad inventada, a veces me parece que mi calle es así, inventada…
Es una tarde cualquiera, es un paseo de costumbre y son escenas cotidianas en la encantadora Ubud, y es al mismo tiempo una tarde única… escenas extraordinarias, no quiero dejar de maravillarme, de sorprenderme con ellas… Por más que viaje no quiero perder esa capacidad de sorprenderme a cada paso como si fuera el primer día de mi primer viaje en solitario a un país y un continente desconocido… una isla especial entre las miles de islas de Indonesia.
Bali. Esta pequeña isla al este de Java es conocida como la Isla de los dioses, y en verdad que los dioses deben de haberla tomado bajo su protección haciendo de ella un pequeño paraíso, dicen que incluso los primeros holandeses que desembarcaron en la isla se enamoraron hasta tal punto que cuando el capitán quiso iniciar el camino de regreso la tripulación se negó a marcharse…
Así hoy todavía mucha gente llega a Bali y nunca mas se va. Puedo dar fe, he recorrido sus cuatro puntos cardinales: desde Pemuteran al noroeste hasta al este Gili Air (aunque es propiamente Lombok). Y en todas partes hallé europeos que vinieron a pasar una temporada, unas vacaciones, un trabajo por unos meses… y se quedaron! ¿Que tiene de especial? Para mí la combinación de la naturaleza, la bendición de los dioses, y esa espiritualidad que los balineses ponen en cada cosa que hacen, con una paz envidiable, pausados pero siempre con la sonrisa por bandera, rodeadas de esa naturaleza exuberante: es jungla y es montaña, es volcán y son valles donde enormes lagos sorprenden, e invitan a quedarse. Laderas empinadas de las que cuelgan los arrozales en verde chillón, esa visión me hipnotiza.
Y luego está esa arquitectura tan original. Las entradas de cada hogar son recargadas, a veces con dioses flanqueando la puerta, o vigilando cual guardianes a ambos lados de la misma; en ocasiones con caras demoniacas, otras parecen estar de broma, otros mas clásicas simplemente están presididas por el busto de Buda, pero a todas las adornan con flores frescas, las flores que cuelgan aqui y alli de los arboles de los jardines, de las ramas que caen sobre la calle saltándose las tapias.
Las playas de Bali son famosas, y sin embargo mis preferidas no están estrictamente en Bali… están más cerca de Lombok, que de Bali. En las Islas Gili, un pequeño archipiélago de 3 islas. Las diferencias con Bali son notables… no solo por las playas, lejos de las playas atestadas por los australianos que buscan galopar sobre las olas, estas son playas tranquilas, pequeñas, aguas de corales que un dia murieron y están siendo recuperados, pero que han regado de arenas blancas las aguas. Es también una gran diferencia cultural, frente al hinduismo balinés, los habitantes de las gili son musulmanes, abandonamos el hinduismo y volvemos al islamismo, como en Java, y las ofrendas a las puertas de los hogares dan paso de nuevo a la llamada al rezo, y las mujeres vuelven a esconder sus melenas. Y se nota en la comida, aún mas picante; y en su café, .. Ohh dioses el cafe de lombok, es para cafeteros con aguante: es fuerte, es espeso, los posos se agarran a los laterales de la taza, y por mas que eches leche el cafe no varia su color oscuro… este cafe esta tan bueno que volveré a mi adición cafetera en esta isla de Gili Air.
Son 3 Islas que se pueden recorrer a pie: Gili Trambanang, la mayor, presume de ser la más ambientada, es frecuentada por los jóvenes que buscan la fiesta… una pequeña Ibiza en Indonesia. Gili Meno es la más pequeña, casi para quien busca aislarse del mundo, un infinito relax . Y al fin, Gili Air, la mediana de las tres islas de Gili. Esta a caballo entre la fiesta de Trambanang y la paz soporífera de Gili Meno…
Esta es mi isla. Gili Air se me antoja ese paraíso soñado a orillas del mar, de los mares del sur. En esta isla no hay coches, ni motos, solo carros tirados por caballo haciendo sonar una campanilla que avisa de que te apartes del camino de arena de playa, porque aquí todos los caminos y calles son de arena de playa, donde los valientes que se atreven a recorrer la isla en bicicleta se ven clavados más de una vez… Pero en Gili Air el principal transporte son las piernas, en una isla con 5 km de diámetro, andar es lo que toca. Los chiringuitos del sur frente a la playa, tienen un ambiente chill out ideal, ni demasiada gente, ni demasiado carca… un zumo de frutas natural, una cama balinesa a la sombra, y la brisa del mar… Los niños de la isla corretean al atardecer cuando han pasado la horas de más calor. Y hacen cabañas con las ramas caídas de las palmeras. Pero el mejor momento de día es cuando el sol brilla en los alto y los rayos se adentran entre la alfombra coralina llena de vida submarina. Mi hora de snorkel.
Para comer es mejor alejarse de los puestos que bordean la playa, mejor adentrarse en la isla, donde los locales, ya sean nativos en Gili Air o desplazados desde Lombok para trabajar, viven el dia a dia, y allí, te encuentras la auténtica vida local, para comer la auténtica comida de Lombok, donde el pescado rendang es el rey. Un pez recién pescado, cocinado con con verduras, hierbas frescas, un poco de picante y un poco de azúcar, …el resultado es delicioso.
Al atardecer hay que buscar los bares del noroeste de la isla donde ponen buena música, y puedo tumbarme sobre mullidos cojines con vistas a uno de los atardeceres más espectaculares de Asia. Un tapiz de colores que recorta en negro el cono volcánico del Agung que preside Bali.
Es una de las mejores imágenes para despedir un país que engancha, y al que sabía que volvería, he vuelto… y sé que volveré. Porque… uno siempre vuelve a los sitios donde amo la vida.
Habrá pues que volver a Bali.